El primer día de cole tras las vacaciones de Navidad muchos vestían ropa sin rodilleras venidas a menos ni pelotillas venidas a más, otros estrenaban deportivas de un blanco irreprochable que frotaban con el dedo mojado en saliva al menor desperfecto, y algunos ambas cosas. No más de tres conseguían el permiso de mamá para llevar el walkman de importación que había comprado papá, pero ninguno lo usaba para evitar gastar las pilas. Y sólo Macarena prestaba -para no más de una vida, pero entera- la maquinita de doble pantalla con los botones aún firmes como pezones.
En aquellos años la alegría y su tristeza duraban lo mismo que tarda lo nuevo en rendirse.